martes, 14 de diciembre de 2010



Hoy simplemente una paloma me ha hecho estar triste...sí, una paloma.
Por lo general odio a las palomas, pero era una paloma preciosa, aparte grande y con el pecho de color otoño muy hinchado...
Pues la paloma en cuestión estaba en mitad de la acera, tumbada sobre sus piernas y la cabeza metida en su pecho...
...y la gente pasaba, y la paloma no se movía y la gente no se inmutaba, ella sólo respiraba. En mi camino me paré a observarla y me di cuenta de que la paloma se estaba muriendo...
Había sangre alrededor de su cuello, por eso tenía el pecho de color otoño.
Estaba muriendo o dejándose morir de la manera más bonita que he visto nunca.
En un gesto absolutamente humano por mi parte me moría por ir a ayudarla, pero por otro lado para qué... no voy a obligar a una paloma a vivir, si ni siquiera soy capaz de obligar a ningún ser humano a vivir.
La vida de una paloma no debe ser mejor ni peor que la nuestra, sólo diferente. Seguro que la paloma no querría ser yo, ni yo querría ser la paloma.
Pero ahí estábamos las dos, en el mismo escenario, diría que mirándonos, pero seguro que sólo la miraba yo...
Ella eligió morir allí, o a lo mejor no, pero allí murió.
Y yo morí de pena de verla morir.


Y la paloma me pareció aún más preciosa muerta que viva,
¿ Qué tendrá la muerte que tanto nos fascina?




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