No era la vanidad lo que la atraía hacia el espejo, sino el asombro al ver a su propio yo. Se olvidaba de que estaba viendo el tablero de instrumentos de los mecanismos corporales.
Le parecía ver su alma, que se le daba a conocer en los rasgos de su cara. Olvidaba que la nariz no es más que la terminación de una manguera que lleva el aire a los pulmones. Veía en ella la fiel expresión de su carácter.
La insoportable levedad del ser
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